lunes, 19 de enero de 2009

Tema de la semana: INICIOS "El Naranjo"



Una flor, llamada azahar coqueteaba con una hoja verde que de vez en cuando le acariciaba la espalda y la tomaba de la mano. La flor desde hace tiempo que conocía a la hoja y para su mala suerte vivía atormentada con la eterna lucha de tener que mirar hacia delante, dejando a la hoja atrás aunque la quisiera y quisiera quererla. La hoja que era verde se sentía alimentada en los momentos aquellos en que se compartían intercambios de salvia pero nunca llegaba a mas… se aburría con la flor. Alguna vez aquella hoja sintió que nacía de una rama. Ese nacimiento la marcaba, y con cierto rigor se intentaba desprender día a día de aquella rama que tanto amaba. La rama siempre se seguía de largo, no miraba a la hoja que, aunque día a día se intentaba desprender, durante las noches, la soledad la obligaba al enigma de lo inconcluso. En su interior un gas amargo la invadía y mientras la luna caminaba, nocturna y disimulada, ella entendía su amargo desamor. Poco a poco con la luz, augurio de la mañana, el oxigeno volvía y con el día de nuevo la distancia. La rama en cambio seguía fielmente aferrada a aquel tronco fuerte y maduro que la había sostenido durante tantos años, como hojas había muchas, el tronco era aquel que vulneraba la misma existencia de la rama. Sin embargo el tronco era fuerte y bien plantado, fiel a su única circunstancia… el quería a la rama pero sus pies le habían enseñado el camino, aquel que llega a lo verdaderamente profundo y enigmático, aquel donde no hay luz y de donde mas se alimentaba…. De vez en cuando en esa nebulosa existencia subterránea, corría un poco de agua, con unos cuantos minerales y aquel tronco sentía la vida entre sus dedos, era efímero pero de eso vivía, de aquellos momentos que aunque mezquinos y lacónicos lo vivificaban y lo llenaban de fuerza y sabiduría. Es que uno se cree que el goce mas extenuante es mirar a la luna nocturna, o bailar al ritmo del viento, incluso el abrazo lujurioso del sol… aunque son esos instantes de gloria, el tronco bien conocía lo que era ser alimentado desde el sótano, y, fugaz como un parpadeo, entender el sentido desde la sofocada oscuridad.
El árbol, que era incomprensible para el tronco y la rama y la hoja y la flor, el árbol que era solo un espectro inalcanzable de todos los otros, se vivía orgulloso. Sin embargo acechaba en él la amargura del dolor ajeno, el dolor de sus partes que se volvían ajenas.
De todas las partes quizás la que más sufría era la flor. Porque el sufrimiento viene de la incomprensión y del letargo de la búsqueda. Tenía la vanidad de aquellas que por desden ignoran su pasado y por temor se aferran a la incertidumbre, la irónica existencia de la belleza. La flor se miró incomoda, se sintió vacía y se dio asco. En el vómito de su propia belleza, en la mustia conclusión de su legado se lanzó al abismo de la incomprensión. Mientras caía vio venir a la muerte… y en la caída la vio irse despavorida. La flor se cristalizó en instantes de asombro ante EL ÁRBOL. Por fin lo inalcanzable dejó de ser inimaginable. Quizás es el azar el que nos lleva a mutilar nuestras partes, a engrandecer los miedos, a capturar el silencio final, quizás es el azar o EL INICIO. El inicio como salto, como ignorancia, como reflejo, como silencio, el inicio como cimiento. Al final, de la flor viene el fruto y del fruto…vuelve a nacer el naranjo…


Rebeca Morfin