sábado, 26 de septiembre de 2009


Rutina de domingo

Tres cabelleras infantiles. Rizados y largos cabellos en distintos matices rojizos, de espaldas a mí y frente al árbol de los pensamientos… ¡no traje mi cámara!

La escena queda en mi mente, otro instante fugaz como el tiempo, mi tiempo, imagen capturada en mi memoria por un rato.

Me atreví a hablar, y pregunté en tono afirmativo si las tres eran sus hijas. Sonrieron asintiendo. No era difícil suponerlo, la también larga cabellera rizada de la madre, pero en tono castaño oscuro, se movía libremente con el aire de la mañana.

Al marcharse ocupé su lugar en la banca, toda la banca para mi sola porque es “mi banca”, es mía al menos una vez por semana y por espacio de unos minutos, ni siquiera la hora.

Pero es mi espacio dominical mientras lavan el carro. Es frente al árbol de los pensamientos donde mi mente divaga así, una vez por semana. Antes solía, en una rutina parecida a ésta, dedicar un tiempo al recuento de lo vivido y de cómo lo he hecho, pero en una iglesia y… eso era antes.

Cada domingo, frente a este árbol, me pregunto ¿Por qué no subirme? ¿Qué me detiene? Tengo ganas de treparme y permanecer un rato viendo todo desde arriba, observar desde otra perspectiva este paisaje cotidiano de mi vida.

De niña me encantaba subir a los árboles, no tenía dudas, lo más que pensaba era en cómo hacerlo, tener un árbol frente a mi se convertía en un reto que siempre aceptaba y de una manera o de otra −con más o menos raspones−, el sabor del triunfo era total mientras contemplaba el mundo, mi mundo, sentada sobre la rama más alta. No había dolor, sólo heridas que confirmaban mi feliz atrevimiento, mi convicción de que podía encontrar diferentes estrategias para alcanzar el objetivo.

Una gran emoción en el estómago y la incipiente e infantil probada de adrenalina permanecían en mi cuerpo hasta bajar nuevamente y “hacer tierra”. Y una vez más, a buscar otro árbol, ahora más alto o con más ramas, para imaginar diferentes formas de alcanzar las alturas, para tener otra visión, otra perspectiva del mismo paisaje. Para probarme a mí misma que sí podía lograrlo y que la diversión estaba en el intento.

¿A que le temo? ¿Por qué cada domingo, sentada frente a esta hermosura gigantesca de árbol, imagino el modo de subirme y no lo hago?... quizás temo confirmar que he perdido la práctica, o que mis huesos sean más frágiles ahora… ¿mis huesos?

¿Qué hace subiéndose al árbol como si fuera niña? ¿No le dará pena? ¿Qué quiere probar?... Imagino los comentarios ¿eso es lo que me detiene? No, son mis propias ideas las que me lo impiden. Soy yo la que pongo las barreras, la que establezco mis límites.

Mañana es domingo.
Mañana me sentaré en mi banca frente al árbol de los pensamientos.
Mañana lo intentaré.
Como dicen: “no hay mañana”.

Sara