jueves, 31 de diciembre de 2009

Lo Viejo

Llegaron a eso de las 6:30 de la tarde, a esa hora del día cuando los objetos se vuelven grises y hacen un esfuerzo sobrenatural por seguir brillando, sosteniendo encarnizada lucha contra la noche que arremete y amenaza con cubrirlos con sus negros mantos para hacerlos desaparecer por unas horas.
Entró él cargando su cámara en la mano, entró ella cargando la nostalgia acumulada a través de los años.
- Mira ese sillón, está completamente derruido –dijo él-
- Ahí solía sentarse mi abuelita a rezar el rosario todos los días a las 6 de la tarde, con sus ojos cerrados y las manos reposando sobre su falda.
- Ve aquella puerta de mezquite, está apenas sostenida –Se acercó el intentado girar la llave con la intención de abrirla- Es una lástima, ya no se encuentran puertas de esta material en estos tiempos –luego se retiró- mejor que no, si la abrimos seguro se caerá.
- Es la puerta del cuarto donde solía dormir cuando venía a esta casa, fueron muchas las noches en que esos gruesos paredones velaron mis sueños.
- ¿Has visto el comedor? Se ha despegado de la base, en poco tiempo esas patas no podrán seguir sosteniendo la mesa –dijo él buscando el mejor ángulo para fotografiar el artefacto que en poco tiempo iría a parar al basurero municipal.
- Justo aquí, a la cabecera, se sentaba mi abuelo, siempre con su sombrero color paja y su chaqueta gris…A su derecha, acompañándolo siempre en silencio, se sentaba mi abuela con su rebozo negro, muy negro.
-La sala es muy linda, quiero que ese color carmesí traspase el lente de mi cámara…quizá deberíamos arreglar un poco las cortinas, se ven bastante sucias y desgastadas.
- Detrás de esas cortinas solía esconderme cuando jugaba a las escondidas con mis primos – dijo ella acariciando las cortinas con honda tristeza perneando las yemas de sus dedos, simulando quizá que le ayudaba a él a arreglarlas un poco.
Cuando la noche ganó la batalla, se dieron cuenta que era hora de regresar.
- ¡Que casa tan vieja! –exclamó él-
- ¡Que casa tan llena de recuerdos! –dijo ella cerrando con candado el portón principal.
Donde él intentaba fotografiar objetos viejos, ella trataba de revivir viejos recuerdos.

Mili

lunes, 28 de diciembre de 2009

El cofre.

Abrió la puerta y el corazón ya salía por la calle.
-¿En verdad es para mí?-
-Por supuesto, especialmente para ti, mira aquí podrás guardar todas tus cosas-
-Está muy bonita, ha de ser muy cara-
-Es bonita porque es para ti-
-Cuando mi mamá viene del basurero me trae muchos juguetes, aquí los lavo y los guardo en las bolsas de plástico, hora podré meterlos aquí.-


Ellos los tiran porque no sirven más, ella los atesora en esa cajita que no parece real.


Lunática.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

cambio

Ella caminaba sabiendo a donde iba. Ella fue sustancia pura de transición. Ella caminaba sabiendo que su paso era un cambio, sin necesitar más que eso. Ella cambió. Ella que ahora viaja. Ella que pinta y esculpe. Ella que se despide de él. Ella sigue siendo ella y no. En su trama sólo habitan los pasos de la distancia que existe entre ser quien es o ser cualquier otra cosa. Sólo así se despide uno; el gesto de adiós viene de los trazos del cuerpo. Ella vino a mí, y yo, fui a ella: en ese paso fuimos y dejamos de ser nosotras, por el acto de caminar hacia… y al decir nosotros, somos uno. ¿Y qué el amor no es lo mismo?

Rebe

sábado, 19 de diciembre de 2009

WHISKY ADOLESCENTE

Trató de repetir las frases aprendidas durante el desayuno que su padre había sostenido con sus enardecidos colegas: “Esta guerra nos llevará al carajo. Ya nadie puede detenerla”. Cerraba los ojos, hacía luego un esfuerzo por recordar y volvía a repetir las mismas frases una y otra vez jugando con su voz, tratando de que ésta fuera cada vez más grave, cada vez mas parecida a la de su padre, que bien podría haber sido locutor de radio en lugar de doctor. “La gran guerra se lleva a nuestros mejores hombres y Europa se quedará sin manos para trabajar. Nuestros país tendrá más muertos por hambre que en el campo de batalla”. Se miraba luego los pantaloncillos cortos y la camisa arremangada que cubría sus brazos delgados y faltos de fuerza. Vió entonces que en nada se parecían a los del Dr. Brown, tan alto y tan fuerte.
Pensó entonces en escapar y con un abrigo encima y el pantalón gris que solía ponerse en las fiestas familiares, se presentaría ante el general, el sargento o…quien sea que reclutase hombres para la guerra. Se convertiría entonces en uno de ellos, en un hombre valeroso que ofrendaría su vida por la causa nacional que nadie conocía. Se miró luego al espejo y vio que todavía era imberbe.
Se dirigió entonces al salón desde donde escapa una densa fumarola con olor a tabaco, abrió las puertas intempestivamente, se paró frente a su padre que charlaba plácidamente con otra de sus viejas amistades, descansó luego las manos en la cadera y comenzó a repetir las frases del desayuno…”Esta guerra nos…Europa se quedará…los muertos…” No pudo entonces hilar una sola idea, sentía sobre la lengua un peso que le impedía vociferar siquiera una palabra, las manos le temblaban tanto que tuvo que pasarlas detrás de la cintura para esconderlas de las miradas estupefactas de los dos hombres. Después de un momento de silencio obligado por la extrañeza de su padre y su colega ante la gracia del joven adolescente, éstos soltaron tremendas risotadas.
El chico salió corriendo y fue a internarse a su recámara, se escondió luego tras la oscuridad que invadía la habitación y es que había mandado pedir unas cortinas a cuadros verde y rojo, pues en todas las casas que solía visitar con sus padres, había visto que las recámaras de los hombres lucían unas semejantes y el había dispuesto que permanecieran así, abiertas, expuestas en todo su esplendor.
Se acostó sobre su cama y las miró con detenimiento, llevaba tres días mirándolas, perdiéndose en la hondura y la simetría de los cuadros verdes y rojos, que a veces lucían más verdes y a veces más rojos. Los miraba buscando escapar de la extraña adolescencia que le atacaba y que le parecía insoportable sufrir en un mundo regido por los adultos que hablaban de política, fumaban, leían y comían hasta el hartazgo. Ser adulto significaba hacer todas esas cosas que él a los 13 no podía.
Un día, cargando risas y murmullos, un aroma dulce se coló hasta su recámara seduciendo sus sentidos. Aquél aroma le recordaba a algo que nunca había vivido, pero que ansiaba vivir, por lo que decidió ir a ver de donde provenía. Se dirige hacia una salita donde su padre solía reunirse con los amigos y se da cuenta de inmediato que ese aroma se desprende de unas botellas verdes cuyo licor bebían plácidamente aquellos hombres.
Luego entonces, a pesar de las advertencias de su padre, se atrevió a adentrarse en la antesala, infringiendo por primera vez una de las reglas de oro del hogar y se topó con una copa finamente tallada que alguno de los invitados habría olvidado y que contenía ese licor que para su sorpresa no era verde como su botella y lo tomó lleno de expectación.
Mientras lo bebía, escuchaba que los hombres entretejían anécdotas de política, de mujeres, de historia, de viajes, a la par que la copa se entrelazaba entre sus dedos. Escuchaba después el roce de las bolas de billar, olía el aroma de los cigarrillos y los puros que exhalaban aquellas bocas que no podía ver, observaba luego las cortinas de cuadros que cubrían los largos ventanales y pensaba que lucirían bien en su recámara, la que ahora exigía convertirse en una alcoba seria y respetable que acogiera al nuevo hombre que acababa de nacer.

Mili

viernes, 11 de diciembre de 2009

Todos se han marchado

Y algunos nos hemos quedado en la sala a esperar su llegada. Porque siempre, he estado segura, todos volverán y entrarán por esa puerta. Contarán historias, de cuántas veces se enamoraron en el camino, y se escucharán como adolescentes, -que es la primera vez que les sucede así- les brillarán los ojos y nos beberemos unas cervezas; contarán que se extraviaron, de robos, que no tenían ni un euro para volver a casa. Que tuvieron que cantar en la estación de Atocha, no importaba el qué ni el como: había que volver a casa, las ganas ya quemaban.



Algunos se han ido sólo a un par de horas de distancia de aquí pero se ha sentido como meses de lejanía. Para otros el viaje ha estado en la propia ciudad, no nos hemos encontrado, las rutinas, los amores, el desencanto, todo, todo de repente ha tragado. Hemos echado raíces. Nunca nos lo propusimos, sucedió así, como el enamoramiento, como el incomprensible amor que le tienes a tu hermano. Que vengan mañanas de domingo, de café en las madrugadas, risas y el sinsentido.



Porque la cercanía produce ceguera. Porque hay muchas búsquedas, reunámonos para contarnos la vida. Bienvenidos, cada uno a casa. No lleguen tarde. Es necesario vernos a la cara y decirnos, a pesar de todo eso, seguimos vivos.

C.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

"Eso que te digo"

-¿piensas algo cuando estás callada?-
-no-
Silencio.
-claro que si- dijo para ella.
Silencio.
-yo te nombro- dijo para él.
Silencio.
-bueno, te he mentido, si pienso, ahora mismo no; el trazo es lento-
-¿qué piensas?-
Silencio.
-¿Qué te digo para que no me descubras?-dijo para ella
-en que tengo frío-
Silencio.
-¿y si te abrazo?-dijo para él.
-si, el clima está bárbaro-
Silencio.
-¿y si me abrazas?- dijo para ella.
Silencio.

Lúnatica.