lunes, 29 de junio de 2009

Tema de la semana: CUENTO CONJUNTO

Tijuana, México. 10 de Diciembre de 1977


Alberto miró hacia afuera. La luz azulada de una mañana lluviosa reinventaba el interior de su alcoba. Las sábanas estaban revueltas y el edredón de pluma, al borde de la cama, conservaba las sombras, vestigios de cigarro de la noche anterior. Pettit, un maltés pinto, sostenía relaciones sexuales prematrimoniales con la poltrona de Jacinta. La mirada de Alberto estaba en otro lugar, mucho más lejano, quizás alcanzaba a llegar a la fabrica de papel de aquel pueblo rústico dónde conoció a Jacinta. Justo afuera de la panadería del centenario.
Jacinta tenía quizás unos dieciséis años y una falda larga y roja que apretaba sus muslos y caderas fijándole un porte de tulipán; de las rodillas a los talones la falda se convertía en clavel. Don Alberto había visto mujeres flor pero nunca una mujer doblemente flor. Eso sin considerar que aun no alzaba la mirada. La blusa blanca parecía una mañana lluviosa y fresca, cómo la que Alberto miraba sin mirar, Jacinta fue la flor del almendro.
“Eso será”- susurro Alberto mientras la mirada volvía a la habitación. Acarició la mañana a través de la ventana con su mano izquierda, el calor de sus dedos opacaba el vidrio segundos antes de ser tocado.
Condensó toda su atención por segundos mientras contemplaba el fenómeno. Alberto acariciaba la mañana con el calor de su cuerpo. Entonces su cara se vio transgredida por montones de surcos y pliegues, y de su boca exhaló un lamento redentor, como si estuviese dando a luz al gran hubiera de su vida; y como toda madre, se sintió aliviado. La única diferencia es que este hijo no crecería, era más bien el feto retrógrado de su existencia. Con el feto en manos lo apretaba contra el pecho y lloraba esperando que su llanto pudiese ser la misma leche materna vivaz y cómplice del más animal amor.


Jacinta Marrieta Frías de Ordoñez (10 de Diciembre de 1920- 9 de Diciembre de 1977)
“La mujer que fue flor del Almendro”

Alberto pasó la mayor parte de la tarde sentado frente a una piedra grabada. Y en su viejo cuerpo la sangre apretaba con fuerza, fue una tarde de lectura. Leyó las hojas en blanco del diario de su mujer, aquellas que sólo están grabadas en la piel de los amantes sin que haya significante, sin que haya historia. Una línea enmarañada que contiene cada olor, cada sabor, cada pregunta y cada respuesta. Una línea de silencios y comunión.

Ángeles vestía de negro. Caminaba sin rumbo siguiendo el repiqueteo de sus tacones gastados y sosteniendo el sombrero con su mano derecha. Su mirada tenìa la intención de seducir el pavimento.
"Ángeles, la reuniòn es a las siete de la tarde, yo llevaré los canapés"- gritó Paz desde la esquina de la cuadra.
"Si, allí te veo"- respondió Ángeles sin mirar a su hermana.
Paz, con los puños en la cintura, dió una media vuelta y entró a su casa. Una vez adentro pensó en Angeles mientras recorría la casa. La lámpara de la abuela, las cortinas de su viaje de bodas, el librero del abuelo de Joel. El librero. Un libro de pasta dura salía entre los otros haciendo notar una reciente revisoón del mismo. Paz se acerco, lo tomo y abrio una página al azar. Decía asi:

Decidió arriesgarse del todo y bebió enteramente el contenido de la botellita. Pensó que el destino aprecia la monotonía puesto que la dicha o el infortunio del hombre a menudo cabe en una botella.



Paz cerró el libro y suspiró con una sonrisa que entretejía la lluvia del exterior y la tetera que avisaba un café conciliador. La reunión sería la noche nueva, el principio de las flores del pueblo.

***

Diario en blanco, es cierto, y es que Jacinta nunca se atrevió. Pero ella sabía que cuando ella muriera él se dedicaría a escribir sobre ella, sobre todo lo que calló, sobre lo que leía en sus ojos. Según ella, nadie la veía como él. Ella a veces no se encontraba y recurría a él para poder verse. También ella sabía que moriría primero y él se llenó de los nuncas de todo el mundo: nunca quiso escucharla, nunca quiso pensar en su ausencia. Negar el sí mismo sin ella. Pero todo, absolutamente todo fue inevitable.

Secuencia de imágenes frente a esa lápida: las más hermosas, las más tristes, de lo construido, de lo que dejaron para el después, ahora sin un después. Tijuana, la áspera Tijuana, todo le sabía a su Jacinta. Hasta cruzar la línea sin ella le venía mal. Ha vuelto a casa, se sienta en la sala y observa la pared, le parece más blanca que nunca, ella siempre la quiso así, para que su casa de cuarenta y seis metros cuadrados pareciera más grande. Ahora le parece inmensa. Habrá que llenarla con algo.

***

A L B E R T O, ahora mismo le cuesta reconocerse en ese nombre, ¿Quién es Alberto? , ¿Qué es de sí mismo además del viudo de Jacinta?

No quiere ir a esa reunión. Sentado en el sillón, se ha parado únicamente a darle cuerda al reloj que hace una semana se detuvo.

***

Susurro de gas; susurro de café. Ya está listo. Ella también: Paz sabe que, a partir de ahora, la felicidad de Alberto sólo depende de ella. Tantísimos años esperando este momento, tantísimos años silenciando un latido.

Mientras vierte el café en su taza de peltre azul piensa en los ojos de Jacinta, ojos de muerte, sin rencor, ojos que le confiaron -por fin- la tarea tantísimosaños anhelada

sólo una mujer sabe, piensa Paz. Sólo una mujer sabe

***

2 comentarios:

  1. hola, el cuento conjunto es algo asi como un cadaver esquisito??
    me gusta!
    saludos
    el mareo

    ResponderEliminar
  2. Si efectivamente es esa la idea pero se reanudara durante la semana que han estado ocurriendo algunos problemas tecnicos con la pagina jajaja! saludos!

    ResponderEliminar