sábado, 16 de mayo de 2009

L a

Un cactus. La roca, mineral puro.
Está en la cocina, las zanahorias cayeron sono un segundo antes que ella.
Él saltó mas allá de los ocho pisos - así seguro-.
Ella perforó su piel, no quería partir,quería estar, más que nunca, con la sangre, con la carne viva. No comprenden, no pueden, no quería fuga, presencia era justo lo que buscaba. Encontró.

Si pudiera dibujarla sería eso justo, la carne abierta, viva, tan roja que brilla.
La posibilidad que ronda los pasos, tomar el aire que se necesite ¿Se toma en realidad?

Éxtasis. Un éxtasis tal ,la magnífica idea de que en ese instante -y es solo uno- todo, todo puede parar.
Para unos parará.En otros apenas comienza.

De que no la quiero para los míos, de que aún no me arrebato el jodido egoísmo, de que los quiero coleando, de que los quiero llorando.¿Para mi? Claro.

No. Lo que hice líneas atrás fue mentir.

Lo quiero para los cómplices, que bien, no son míos.
Aquí te nombramos ya sin miedo, te nombramos en oda al punto, el punto final, el más violento de todos. Violencia.
-de lo sublime-.

Y es tan paradójico esto que se dice estar, que cuando más lo estamos es justo en el borde donde te rozamos, te seducimos, te provocamos, para que nos tomes entre tus brazos, nos hagas el amor con olores de despedida. No, solo te mostramos el hombro, queremos verte deseosa de tomarnos, nosotros deseosos de negarte, de afirmarte, de llamarte, de callar.

Exhalar a tu lado, tomar el café en tu regazo, mi seductora y apaciguadora compañera.





Lunática

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