Las patillas bien recortadas.
Tomabas su mano y la paseabas, tu perra en eterno celo.
Que la deseen.
Entonces se imaginaba como un cabrón la agarraba y se la llevaba atrás de un coche y ahí le se la cogía a gatas, con las tetas colgando, por las puras ganas.
El observaba a lo lejos – es Mi mujer-.
Ella voltea jadeando, sin poder ocultar el pinche goce de tener las rodillas llenas de piedras y sangrando.
No importa cuantos se la chinguen, esa es Mi mujer.
Lunática
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