lunes, 8 de febrero de 2010

Angie/Carlos

…Y ahí estaba Carlos. Angie se había quedado en casa, en un parque, en un tugurio o quizá en alguna banca de la escuela donde tantas veces la contemplé sin mirarla; o quizá en algún riel de la estación del metro, pasada, repasada y desgastada por otros o petrificada en alguna piedra de la banqueta donde su ronca voz se dirigió por primera vez hacia mí. Se había quedado quizá en esas palabras que yo le dije o que ella me dijo y que ahora, como aquella tarde, soy incapaz de recordar.

Y ahí estaba Angie. Pero en ella podía reconocer a Carlos. Angie era impredecible pero Carlos era un extraño para mí y sin embargo me sentí atraído por él, sentí deseos de recorrerlo, de sentirlo, de dejar que fuera mi guía, el timón de mi barco, la ventana de la vida, acaso la misma pero más ancha. No conocía a Carlos pero ya le adoraba, como ahora sé que a Angie la adoré alguna vez porque también adoro a Carlos.

Se ha dicho muchas veces que somos seres incompletos, hombre y mujer, mitades flotantes, náufragos en travesía, en constante búsqueda de esa otra mitad en medio de un mundo que lo abarca todo y que sólo podemos aprehender parcialmente, porque es un mundo hermafrodita el cual nosotros hombre o mujer, macho o hembra, masculino o femenino, solo podemos contemplar tuertos.

Pero a Angie no alcanzaban esas elucubraciones y a Carlos tampoco, ambos eran uno sólo, un ser completo capaz de contener dentro sí al mundo entero. Por eso su amor alcanzaba para todo, podía ser mi amiga, mi novio, mi padre, mi madre, mi amante, mi hermano, Angie lo era todo porque también era Carlos.

Ahora me acercaría a él, con la misma timidez con que alguna vez lo hice con Angie, extasiado pero sediento, porque quería comprenderlo todo, abarcarlo todo con sus besos, sus caricias, con la seducción de su voz ronca, aunque hubiesen desaparecido el cabello rubio y las piernas entremezclilladas.

Y volvería a besarlo en la luz o en la oscuridad del metro, en las banquetas de las calles, en las bancas de cualquier escuela, en medio de miradas juiciosas y secretamente morbosas, pero qué habría de importarme si ellos son tuertos y yo a través de Carlos puedo ver a Angie y a través de ella puedo verlo todo. Mili

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