domingo, 1 de noviembre de 2009

4/9

4/9


Decido guardarme un poco, no hay prisa, y sin darme cuenta te elijo.
Elijo ésta mañana, éste estar recostados cinco minutos a plena luz del día en la habitación que me has regalado para hablar de las frustraciones, de la doble moral, del poco esfuerzo, todo se vuelve más sencillo. Me vuelvo más sencilla. Elijo tomar el tren sólo para verte en pijama, llevarte un lonche de frijoles y ese libro que no necesitabas. Te cuento que de tus ocho pares de zapatos cinco son mis favoritos, te ríes, me río, y me dices: “eso no es favoritismo”.

-Está bien, descarto un par. Cuatro de nueve.

Elijo cuidar tu fiebre, besar tu frente. Renuncio a la noche de caricias interminables con Jazz en el fondo y a otros muchos cuerpos que no son el tuyo durmiendo en mi espalda.

Me ves como nunca lo habías hecho y callas
Sólo callas.
Eliges venir conmigo a este viaje, no vaya a ser que me extravíe en el camino o me resfríe con los vientos del Mediterráneo.

Me bajo en el Refugio, camino dos avenidas, estás ahí, nos recostamos, callados, música para llorar, la de siempre.

Dices que no quieres que te trate tan bien, -que no sea tan dulce, que te malcrío, te malacostumbro -porque qué harás el día que me marche.
Callo, nada de eso es cierto.


Te lastimé hace un par de días, te cobré las viejas facturas que guardaba en el cajón.


C.

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