viernes, 6 de noviembre de 2009

"Máximas del aprendizaje"


Aprender a hablar… es saber decir lo que está en mi corazón.

Aprender a ver… saber enfocar las luces de la oscuridad.

Aprender a escuchar… dejando que las palabras reposen mis espacios sin antelación de argumentos, una a una, las letras que forman las palabras y el silencio que se posa entre ellas; los gestos que vislumbran emociones y ademanes que sugieren historias de vida: el árbol, la montaña, la sonrisa, el río, el llanto, la lluvia, historias de vida de lo natural.

Aprender a saborear… y nada más: manzana, limón, afta, carne, flor, sandía, aguacate, lengua, labios, beso que es tan diferente.

Aprender a tocar… tanteando en la palma la suculenta oscuridad como si fuese la luz de mi vida.

Aprender a vivir… dejar que todo lo que haya aprendido se vaya con su muerte natural, que me invadan los vacíos del silencio total: dar a la muerte su respectivo lugar en la vida.

Cuando nació entendía sin la palabra. La carne suave regordeta y puntiaguda desalojaba la leche de la vida. Esa criatura sabía cómo aproximarse a la leche de la vida, sin palabras. Aprendió a hablar para darle las gracias a la montaña sagrada de leche y así conoció a su madre.

El mundo era para aquella diminuta criatura el momento y nada más. Aprender es dejar de aprehender lo que se ha aprendido. Gracias y nada más…

RMO

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