jueves, 26 de marzo de 2009

En dos semanas


No quiero olvidar, estos días han sido muy intensos. Demasiadas palabras y frases enteras de nuestras pláticas se han quedado retumbando en mi cabeza como un eco infinito, me llevan al pasado y al regresar al “ahora” siguen vigentes.

Necesito tiempo para digerirlas, me siento sobrepasada. La sensación de que emergerá una conciencia histórica que resignificará mi existencia me asusta pero es una posibilidad de sanar… ¿Sanar qué?

Palabras sueltas:


Soberbia, negación, egoísmo, ira, envidia, evasión… ¿mis pecados capitales?
Perdón, reconciliación, serenidad, mesura, perspectiva, paz. Muchas de unas y de otras ¿Por qué no se me ocurren la alegría y el amor? ¿Dónde quedaron?

Las frases:

“Quizás no era tanto lo que decía, sino el tono que usaba, sin embargo, probablemente también era la única forma para que yo pudiera ver y… ni así resultó”

-“¿La vida?… yo más bien creo que es lo que has hecho o dejado de hacer”.

-“Eres responsable de tus decisiones”

-“Has vivido inventando la realidad, tienes muy poca tolerancia a la frustración”

-“Eso no es enojo, es ira”

Me pongo tensa, reconozco esa sensación cuando el suelo comienza a temblar antes de abrirse bruscamente para tragarme en su oscuridad. Creí que ya había “tocado fondo”…

Se sigue apoderando de mi estómago y crece, se expande, me deja estúpidamente inmóvil pero dolorosamente consciente. Me doy cuenta, me siento al límite…

Siento ganas de decirte que eres un hombre muy amable, y me refiero al sentido estricto de la palabra: digno de ser amado, creo que me podría enamorar de ti, pero, al mismo tiempo…

Quiero correr, tengo ganas de irme…
Quiero correr, tengo ganas de irme...
Esta voz que escucho dentro de mí desde que tengo memoria ¿Es la mía o es la de mi madre?

Sara

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